jueves, 19 de marzo de 2009

El barbero: Tomo 4

Cada tarde era como un reloj de arena, uno sabía que se acomodaría a la misma hora pero las partículas de la arena es muy poco probable que sigan el mismo recorrido, aunque uno crea sí.

Todos los días cuando el reloj marcaba las nueve en punto miraba hacia la entrada y me aseguraba que no viniese nadie, así sabía que era hora de limpiar la única pocilga donde me sientía en casa, mi barbería. Afortunadamente, no era común ver gente a esa hora, los clientes prefieren un horario más cómodo. Por lo menos en mi ciudad, las personas salen pateando piedras de su miserables trabajos. Una verdadera oda a la suciedad, trabajos industriales cuyo único desestrés esta ligado a embriagarse en el epicentro de la vulgaridad, no el limpiado de su rostro.

El día que llegó no era un cliente habitual, no dude en echarlo, pero él insistió. Ofreció pagar el triple y aunque yo respeto mis horarios extrañamente no dudé. Tomé mi cuchillo, preparé la espuma y comencé hacer mi trabajo. Él, inmóvil, dejó cada segundo para deleitar el lugar. Al terminar, se levantó, tomó su dinero y lo dejó en el lavadero. Sin despedirse y con su rostro nublado, me entrega una carta. Su rostro comenzó a alarmar mi mente por si algo llegase a ocurrir. Abrí el sobre y en la carta resaltaba un extraño mensaje.

-Tu monotonía armó mi voz grave dejando caer mi antiguo cascaron.

Nacieron mis dudas ¿Qué diablos querrá?. Decidí ir al único bar decente ubicado en la antigua Calle Rosa antes de convertirse en el centro turístico para bohemios en búsqueda de servicios. Entré y ubiqué a Martín, el camarero, pensé que quizás él sabía algo. Sabiendo que no era bueno molestar porque debe ser uno de los pocos camareros en un pueblo que no escucha a las personas mientras trabaja, debía hacer lo posible para sacar mis dudas así que decidí esperar hasta que terminase la jornada. Conociéndome como un hombre sin amigos él quizás era lo más cercano a uno.
Terminada la jornada me senté junto al bar, insistió en que estaba cerrado pero fue tan insistente que no dudó en servirme un whisky irlandés. Martín fue directo al grano ¿Qué mierda te pasa?. Lo miré fijamente, me acomodé y le respondí. -Martín, un tipo me visitó y me dijo... Mejor, leo tú mismo. Saque el sobre, lo dejé en la mesa y Martín lo leyó. Me miró, tomó mi vaso y sin preguntar botó el whisky. Extendió su mirada hacia la puerta y respondió como solo un hombre del rubro podría hacerlo -Amigo, creo saber quien es, lárgate. Intenté que me respondiera, pero no quiso entregar mayor respuesta, su mensaje fue categórico, lo golpee de la rabia sin parar hasta que su rostro se desfiguró. Por suerte no había nadie más así que arranqué. Nunca más supe de él, pero creo que tristemente el "amigo" de su respuesta es lo más cercano de camaradería que he sentido en el último tiempo. Aquella noche dormí mojado por la lluvia que me sorprendió, no quise ir a la cama, dormí en el sillón que me cobijó mientras mi cigarro se consumía por el cansancio, el nerviosismo y la incertidumbre, quizás maté a un hombre y otro quizás me quiere matar, estoy sólo.

Al otro día hice mi trabajo normalmente y no pasó nada, aquel desconocido no volvió a parecer, la policía nunca llegó, pasaron meses y no se asomaron más señales, creí por un momento que no sería más que un psicópata divirtiéndose conmigo hasta que un sábado cerré temprano, sin muchas vueltas partí directo a mi hogar para descansar, como siempre, saque las cartas de la correspondencia que dejan debajo de la puerta y partí a la cocina para tomar una tasa de café. Al entrar noté algo extraño y instantáneamente entre una mezcla de asombro y pánico observe que en la cocina estaba él, descalzo, con mi pijama puesto y con una tasa de café servida en su mano. Un sorbo paulatino fue el pase para llegar a la primera reacción, poder salir del estado de pánico. -Llegaste, discúlpame por ser tan egoísta y no esperarte para tomar una tasa de café, no me resistí. En seguida, corrí para tomar mi cuchillo carnicero pero antes, él ya tenía una pistola en su mano apuntándome, se para rápidamente en lo que me dice. -Tranquilo, solo vengo a platicar. Dejó el arma en la mesa y se volvió a sentar. Miré a la mesa, tenso tome una tasa, calenté café y esperé callado hasta que estuviese listo. El silencio inundaba así que no esperé más para preguntarle -¿Quién carajo eres?. Sonrió, balbuceo en un principio, como un psicópata, pero luego me señaló su brazo izquierdo. -¿No recuerdas esto?. Era hora que el rompecabeza se armara, pero todavía no sabía quien era. Siguiendo con sus señas, mostró la única marca que me haría recapacitar, que me haría recordar, entender mi monotonía, mi olvido, era su cuello, yo si hice esa marca.

Culpable, sí, soy más que culpable. Porque desde que me mostró sus heridas entendí que mi vida la perdí por no darme vida, por mi búsqueda individualista, por pactar un contrato que no cumplí, que no tenía sentido, me cansé, me alejé, no me arrepentí ¿Por qué pacté entonces si no fui responsable?. Le pregunté, Sandra ¿Por qué te hiciste esto?. Vi el nervio en su rostro, siguiendo tomando sorbos de café y diciendo con timbre agudo y quebradizo. -Desde el día que te alejaste comencé a entender que en verdad yo era como tú, necesitaba de mi individualismo pero era frágil, nunca me pude encontrar fuerte con mi cascarón pero siendo como tú podría ser fuerte, por eso me transformé en ti. ¿Realmente no te parezco similar? Yo sí, soy tu reflejo, un monstruo y hoy lo único que quiero es verte muerto. Cargó el arma, apuntó a su cabeza y se disparó.

Hasta el día de hoy, su señoría, suelo buscar el sentimiento en mi interior para entender lo infeliz que fue Sandra. Juro que no le disparé, pero en el fondo fue como si yo lo hubiese hecho, todo el mundo sabe que lo hice, inclusive antes del disparo, yo la maté mucho antes de su muerte. El tiempo pasó y mi relación con ella la sentí como unos cuantos días, pero duró años y ella... No puedo seguir su señoría, es todo, soy culpable.

-Jorge, no estás siendo juzgado, te intentaste suicidar...
-Doctora ¿Qué haremos con el paciente?
-Tratamiento, es hora de avanzar con la terapia electroconvulsiva.
-Yo maté a Sandra.
-Calma Jorge, encontraremos tu cura.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Relato intermedio: Nostalgia

Nunca pensé llegar al limite de repasar mi propia nostalgia, siempre he sido tan duro con aquel tema. Los recuerdos, repasar los buenos momentos, los malos. Pero, en específico, los momentos que dejé al terminar la media. Recordar a cada uno de mis compañeros y cada estupidez, cada suceso. No me dejo de maldecir por haber pasado aquella etapa pensando solo en terminarla, porque ahora, la extraño. Claro, es monótono escribir aquellas declaraciones porque todos lo hacen, pero, no deja de ser cierto. Siempre estaré orgulloso de estar en algún momento de mi vida con aquella gente. Quizás el mañana será duro y por algún motivo la vida humana se acabe por la rutina o por una guerra sin sentido, pero es lo de menos, por lo menos, tengo recuerdo gratos de alguna vez.

En respuesta a la nostalgia de Lorenzo, Amén.


Relatos y declaraciones para la musa imaginaria: Tomo 3

El paño usado

Sentí quizás el mismo desprecio del amor por primera vez o tal vez terminé tan mal como cuando un famoso conocido desapareció para solo hablar por teléfono y ser la imagen ausente de mi vida. Pero, suelo ser tan bueno, a veces, que no pienso en mi realidad. En las consecuencias. Hice bien, porque ayudé a racionalizar y cree conciencia alguna. Si jugué, es verdad, suelo ser actor con las personas que conozco, por ende, no creo que nadie me conozca. Esto siempre suele sonar triste, pero, al ser solidario sin importar que me quede solo, siento la felicidad, porque simplemente la felicidad volvió para la persona que la había olvidado. En realidad, solo terminé como todo paño usado. Siendo desechado porque acabé con mi fin.

Adicción II

No quedan mañanas para pensar en ella, no quedan noches para pensar en ella, no quedan semanas ni mucho menos días. Es verdad, ella nunca existió.

Sabor agridulce

La boca de todo ser no es deliciosa, quizás los sentimientos hacen olvidar los gustos, pero cuando se descuida de toda emoción, sientes lo asqueroso que es juntar tu saliva con la de otra persona. De todos modos, suelo no olvidar el sentimiento.

Vergüenza I

Aun recuerdo aquella tarde que dibuje en mi mano sin sentido alguno, un diseño de rallas negras y después lo nombré como el señor que me acompañaba, inclusive pinté mis uñas, obviamente de color negro. Después de clase, corrí a tu casa para hablar contigo y te nombre la mano. Sentí vergüenza porque te reíste, avergonzada, supongo.

Vergüenza II

No supe que hacer, estabas llorando y como un idiota, un pendejo, no atiné a darte ni siquiera un abrazo. Luego, durante el tiempo, entendí que ese fue un motivo de tu desconfianza.

Vergüenza III

El castigo más grande fue haberte ignorado durante mucho tiempo, quizás para ti no fue nada, pero yo sufrí mucho, no sabes cuanto tiempo estuve ahogado, clavado en mi propia ignorancia.

Some things last a long time

En momentos, busco en mis archivos y encuentro a Daniel Johnston, no seré fanático, porque solo tengo una canción, pero aquella canción es la única que devuelve mi pasado. Lo sensato es sentir llegar los sentimientos en una noche como la que he decidido escribir tales declaraciones sobre tu existencia inexistente.