Todos los días cuando el reloj marcaba las nueve en punto miraba hacia la entrada y me aseguraba que no viniese nadie, así sabía que era hora de limpiar la única pocilga donde me sientía en casa, mi barbería. Afortunadamente, no era común ver gente a esa hora, los clientes prefieren un horario más cómodo. Por lo menos en mi ciudad, las personas salen pateando piedras de su miserables trabajos. Una verdadera oda a la suciedad, trabajos industriales cuyo único desestrés esta ligado a embriagarse en el epicentro de la vulgaridad, no el limpiado de su rostro.
El día que llegó no era un cliente habitual, no dude en echarlo, pero él insistió. Ofreció pagar el triple y aunque yo respeto mis horarios extrañamente no dudé. Tomé mi cuchillo, preparé la espuma y comencé hacer mi trabajo. Él, inmóvil, dejó cada segundo para deleitar el lugar. Al terminar, se levantó, tomó su dinero y lo dejó en el lavadero. Sin despedirse y con su rostro nublado, me entrega una carta. Su rostro comenzó a alarmar mi mente por si algo llegase a ocurrir. Abrí el sobre y en la carta resaltaba un extraño mensaje.
Terminada la jornada me senté junto al bar, insistió en que estaba cerrado pero fue tan insistente que no dudó en servirme un whisky irlandés. Martín fue directo al grano ¿Qué mierda te pasa?. Lo miré fijamente, me acomodé y le respondí. -Martín, un tipo me visitó y me dijo... Mejor, leo tú mismo. Saque el sobre, lo dejé en la mesa y Martín lo leyó. Me miró, tomó mi vaso y sin preguntar botó el whisky. Extendió su mirada hacia la puerta y respondió como solo un hombre del rubro podría hacerlo -Amigo, creo saber quien es, lárgate. Intenté que me respondiera, pero no quiso entregar mayor respuesta, su mensaje fue categórico, lo golpee de la rabia sin parar hasta que su rostro se desfiguró. Por suerte no había nadie más así que arranqué. Nunca más supe de él, pero creo que tristemente el "amigo" de su respuesta es lo más cercano de camaradería que he sentido en el último tiempo. Aquella noche dormí mojado por la lluvia que me sorprendió, no quise ir a la cama, dormí en el sillón que me cobijó mientras mi cigarro se consumía por el cansancio, el nerviosismo y la incertidumbre, quizás maté a un hombre y otro quizás me quiere matar, estoy sólo.
Culpable, sí, soy más que culpable. Porque desde que me mostró sus heridas entendí que mi vida la perdí por no darme vida, por mi búsqueda individualista, por pactar un contrato que no cumplí, que no tenía sentido, me cansé, me alejé, no me arrepentí ¿Por qué pacté entonces si no fui responsable?. Le pregunté, Sandra ¿Por qué te hiciste esto?. Vi el nervio en su rostro, siguiendo tomando sorbos de café y diciendo con timbre agudo y quebradizo. -Desde el día que te alejaste comencé a entender que en verdad yo era como tú, necesitaba de mi individualismo pero era frágil, nunca me pude encontrar fuerte con mi cascarón pero siendo como tú podría ser fuerte, por eso me transformé en ti. ¿Realmente no te parezco similar? Yo sí, soy tu reflejo, un monstruo y hoy lo único que quiero es verte muerto. Cargó el arma, apuntó a su cabeza y se disparó.
Hasta el día de hoy, su señoría, suelo buscar el sentimiento en mi interior para entender lo infeliz que fue Sandra. Juro que no le disparé, pero en el fondo fue como si yo lo hubiese hecho, todo el mundo sabe que lo hice, inclusive antes del disparo, yo la maté mucho antes de su muerte. El tiempo pasó y mi relación con ella la sentí como unos cuantos días, pero duró años y ella... No puedo seguir su señoría, es todo, soy culpable.
-Jorge, no estás siendo juzgado, te intentaste suicidar...
-Doctora ¿Qué haremos con el paciente?
-Tratamiento, es hora de avanzar con la terapia electroconvulsiva.
-Yo maté a Sandra.
-Calma Jorge, encontraremos tu cura.